Siempre apunta su flecha hacia la diana.
Aprende su equilibrio de la danza
con pasos nuevos a la vieja usanza.
Su gesto anima y su presencia sana.
Arde en su pecho el sol de la mañana.
Porta un blasón de júbilo y templanza
para ignorar la ofensa y la alabanza.
El instante es su meta cotidiana.
No recuerda el origen del rencor.
Nada es su centro y es su alrededor
todo armonía y paz inagotable.
En el amor encuentra su morada,
abierta a la caricia y a la espada.
En él la vida alcanza lo impecable.
Luis Ángel Barquín
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