Alba oculta que muestra a la pupila
la intacta dimensión -no concebida-
de este momento, donde no hay cabida
para el mirar que en sueños se encandila.
Sin pausa, el hueco del bambú vigila
su propio espacio, usando la aprendida
quietud del vértigo. Gira, encendida,
el aura que su luz de amor destila.
Un bostezo perfecto, ya sin eco…
Una imagen sin forma ni reflejo…
Y el doble abrazo, yin y yang, del cero…
Ya no existe el bambú; sólo su hueco
queda en el alma del pianista viejo
y ciego, al que ahora escucha el mundo entero.
Luis Ángel Barquín
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