y en
nuestra alma viven para siempre
las
huellas de su paso fugitivo,
el
eco
de su
silencio y de su voz,
la magia
de su
mirada abierta y elocuente,
la
estela
sensible de su ser, rastro de luz.
Amaba
el
espacio vacío
que
en su vuelo surcaba
entre
nubes o estrellas, quimeras o fantasmas.
Creaba
su
realidad con otras realidades:
las
palabras sin dueño,
los
fragmentos flotantes del misterio,
la
música latente y curativa
de
los primeros bosques del planeta
y el
fuego de sus manos.
Ahora
sólo
quedan su sombra y su reflejo
como
memoria pura, como impronta
en el espejo cóncavo de su última morada.
Sabemos
que
nunca volverá su noble forma
a los
balcones de nuestras pupilas,
que
nunca más oiremos su acento inconfundible
pronunciar nuestro nombre como una melodía.
La
estela de su ser quedó grabada
en la imagen que nos dejó su amor.
Luis Ángel Barquín
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