El tacto ya no sirve, no hay materia.
Se pierde la mirada, y no regresa.
No distingue el oído
el final ni el principio del silencio.
Ni tampoco el sonido, ni su eco.
No percibe el olfato
los olores más burdos, ni disfruta
los sutiles aromas, las fragancias.
El paladar ha muerto
-sin un matiz que llevarse a la boca-
tras el disgusto de saberse solo.
Un pulso abarca el corazón del mundo.
Un ser -que pudo ser un hombre- flota
en paz, sin paradero.
El fin del mundo sólo es una cara
de la moneda. La otra es su comienzo.
Luis Ángel Barquín
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