Con el peso de la vida
baja el agua por el río,
tras la intuición de su fin
y el eco de su principio.
El ave extiende sus alas
en el silencioso himno
que al ascender, la libera
de caer en el vacío.
La luna cuelga en el cielo
una sonrisa de frío
que nos atrae hacia el sueño
como el bostezo de un niño.
Rompe el poema la cáscara
más dura de lo infinito,
expandiéndose en la onda
de su ritmo sumergido.
Los árboles y sus sombras
sienten el beso divino
de la luz, que da a las ramas
el fruto de su destino.
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