Envés de la vida: el muerto
escucha, alerta, el silencio
preñado de voces niñas
que estremece su garganta.
Quisiera cantar –no puede–
las notas de otro mañana.
En la ausencia de su cuerpo
la claridad se consume.
Dolor por la luz no amada,
rabia por el nido roto,
pena en el pecho del aire
por las alas no extendidas.
Nace el viaje del alba
en el centro de la noche;
por el corazón del muerto
se extiende el rumor del agua.
Delante, un paso ya sueña
ser huella sobre la tierra.
Detrás, el viajero inmóvil
sólo espera una señal.
Luis Ángel Barquín
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