Giraba sin reloj, sin un centro aparente. Daba vueltas en torno a uno de sus extremos, con elegancia y determinación. Menuda y frágil a primera vista, su fortaleza era la del círculo. Su centro era un enigma.
Luis Ángel Barquín
Me gustaba mirar cómo creaba sus órbitas ubicuas, ligadas por un laberinto de centros invisibles. Disfrutaba también al escucharla -con los ojos cerrados- cómo palpaba el aire hasta encontrar el surco en que grababa sus notas y su ritmo bien cifrados.
Tal vez buscase el centro de su propio misterio, donde poder girar con libertad no ceñida a un lugar, ni a un reloj, ni a una esfera, tan sólo alrededor de la pupila de su extremo o destino.
Y pude descubrir su parentesco con la espiral amiga y seductora. Y logré, dando vueltas sobre mi entendimiento, descifrar una curva –una tan sólo- de su viaje, y me llené de vida.
La amé mientras giraba con ella por el mundo, manecilla con ella de un reloj invisible que marcaba el instante de la dicha.
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