VERSIONES, PARÁFRASIS Y RECREACIONES
-Traducciones de Eduardo Carranza-
1. LAÚD DE AMOR
LA ESTRELLAEL río avanza, mansamente, abriendo la noche. Las estrellas, desnudas, tiemblan en el agua. El río traza una línea de rumor en el silencio. He abandonado mi barca al capricho de las aguas. Tendido cara al cielo pienso en ti que duermes, extraviada entre los sueños. Tal vez ahora me sueñes, amor mío de nocturnos, húmedos ojos estrellados. Pronto mi barca ha de pasar frente a tu casa, amor mío, extendida en tu sueño como un río. Tal vez por mí palpite tu dormida boca entreabierta. Llega una ráfaga de fruta y de jazmín. Este viento ha pasado por tu casa y en él toco tu sueño y aspiro tu aroma y beso tu boca, amor mío que tal vez ahora andas conmigo, en un jardín, por tu sueño. Detrás de tu oreja, entre los cabellos, húmedos del baño todavía, arde un jazmín, en tu sueño. Dame la mano y mírame a los ojos, en tu sueño, amor mío, y suavemente, arrástrame al círculo mágico en que ahora, dormida, sonríes. Ya veo, entre la sombra de la orilla, una lucecita que me mira con amoroso parpadeo. Es tu casa: para mí la más dulce, la más cercana y lejana de las estrellas, amor mío.
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CANCIÓN I
Siento que en mí palpitan todas las estrellas. El mundo corre por mi vida como un hermoso río. Las flores han pasado a través de mi sangre. Y toda la primavera de aguas y jardines se alza de mi corazón como un humo azul, y el aliento de todas las cosas canta como una flauta en mis sienes. Cuando la tierra se adormece llego a tu puerta. En lo alto callan las estrellas y tengo miedo de cantar. Velando espero hasta que tu sombra pasa por el balcón de la noche. Entonces regreso silencioso y lleno de ti. Luego, en la canto a la orilla del camino. El aire matinal escucha temblando y las flores vuelven hacia mí su rostro de pétalos. Los viajeros se detienen de pronto para mirarme frente a frente: es como si mi canto a cada uno le llamara por su nombre.
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VOTO
Dímelo con tus ojos y cogeré los frutos de mi huerto en donde el tiempo se ha trocado en dulzura y con ellos llenaré una cesta que tenga forma de corazón o de navío para ti que estás tan lejos, en el jardín de la tarde. La estación avanza, avanza con pie dorado, llena de grave esplendor. La flauta del nostálgico calla en la sombra. Dímelo con tu silencio y la flauta gemirá por ti, entre todas la más lejana. Dímelo apenas con tu sonrisa y me daré a la vela sobre el río, hacia ti, rodeada por la lejanía. El viento de marzo se levanta e infla el pecho de las velas y las olas. Mi huerto exhala toda su alma a la hora entristecida en que la luz cierra sus párpados. Llámame con tu alma desde tu casa, en la playa de la lejanía, al otro lado del crepúsculo.
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LA VENTANA
De repente se abrió de par en par esta mañana, la ventana de mi corazón que mira a tu corazón. Y maravillosamente vi mi nombre, aquel con que me nombra tu voz más íntima y querida, escrito sobre las hojas y las flores en tu corazón. Y esperé silencioso. Un instante se alzó, volando, el visillo que separa tus cantos de los míos. Y descubrí que en la claridad de tu mañana, en tu corazón, alguien cantaba mis canciones futuras, las que no he soñado ni cantado todavía. Y para aprender mis propias canciones, me senté, silencioso, a tus pies.
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CANCIÓN 2
Escucha, corazón mío: en esta flauta canta la música del perfume de las flores silvestres, la música voluble de las hojas y del agua que huye entre árboles y grillos, la música de la penumbra sonora de alas y rumoreante de abejas. La flauta ha perfumado y encantado su sonrisa en los labios de mi amiga y derrama por mi vida su magia y su aroma.
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EL RÍO
Cae el día. La luz cede ante el pecho de la sombra. Es tiempo de que vaya al río para llenar mi cántaro. El rumor del agua me llama por el aire como una fresca voz aleteante. Iré al río por el crepúsculo melancólico. El viento se levanta, único pasajero por el camino solitario. Un largo estremecimiento se desliza sobre el agua. Voy hacia el río y no sé si llegaré. Tampoco sé si volveré. Me invade una vaga ansiedad... Quizá tenga de pronto un encuentro imprevisto... A lo lejos, en su barca, un hombre desconocido toca su laúd.
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SOLEDAD
Sentado a la puerta de mi cabaña canto en voz baja. La mañana, a mis pies, me mira con sus puros ojos de doncella. Por el camino ríen y cantan los enamorados. ¡Y nadie viene a acompañarme! Sentado a la puerta de mi cabaña sueño las nubes. El mediodía me contempla con sus quietos ojos. En la floresta dorada se miran los amantes. ¡Y nadie viene a acompañarme! Sentado a la puerta de mi cabaña callo nostálgico. La tarde me mira con sus ojos de cervato. Hacia el río, en la penumbra morada, se esfuman las parejas. ¡Y nadie viene a callar conmigo! Sentado en la puerta de mi cabaña suspiro y estoy triste. La noche me mira con sus ojos estrellados. En el aire cálido palpitan besos y caricias. ¡Y nadie viene a acompañarme!
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LA CARTA
1. Al despertar encontraba su mensaje en la mano de la mañana. Como no aprendí a leer no sé lo que me diría. Siga el sabio entre sus libros. Nada le preguntaré. Y, ¿acaso el sabio podría comprenderlo?
2. Llevaré la carta a mi frente y luego la apretaré contra mi corazón. Cuando llegue la noche y asomen las estrellas una a una, la abriré sobre mis rodillas, la miraré, cerraré los ojos y me quedaré silencioso. Las hojas, entre luna y secreteo, me la leerán con su fina voz; el río pasará tarareando la letra de mi carta; y las siete estrellas del conocimiento me la cantarán por los cielos. Sin embargo, no encuentro exactamente lo que busco; no comprendo bien lo que quisiera aprender; pero este mensaje que no he sabido descifrar me hace dulce y alegre la jornada y mi pensamiento se ha trocado en melodía.
2. REINO DORADO
LOS NIÑOS
En la última playa del mundo los niños se reúnen. El infinito azul está a su lado, al alcance de sus manos. En la orilla del mundo, más allá de la luna, los niños se reúnen, y ríen, gritan y bailan entre una nube de oro. Con la arena rosa, dorada, violeta -en el alba, al medio día, por la tarde- edifican sus casas volanderas. Y juegan con las menudas conchas vacías. Y con las hojas secas aparejan sus barcas y, sonriendo, las echan al insondable mar. Los niños juegan en la ribera del mundo, más allá del cielo. No saben navegar, ni saben lanzar las redes. Los niños pescadores de perlas se hunden en el mar y, al alba, los mercaderes se hacen a la vela; los niños entretanto acumulan guijarros de colores y luego, sonriendo, los dispersan. No buscan tesoros escondidos, ni saben echar las redes. Sube la marea, con su ancha risa, y la playa, sonríe con su pálido resplandor. Las ondas en que habita la muerte cantan para los niños baladas sin sentido, como canta una madre que mece la cuna de su hijo. La ola baila y juega con los niños y la playa sonríe con su pálido resplandor. En la última ribera del mundo los niños se reúnen. Pasa la tempestad por el cielo solitario, zozobran los navíos en el océano sin caminos, anda la muerte, anda la muerte, y los niños juegan, entre una nube de oro. En la orilla del mundo, más allá de la luna, los niños se reúnen en inmensa asamblea de risas y de danzas y de juegos y de cantos.
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ARRULLO
El sueño que aletea sobre los párpados del niño: -¿Quién me dirá de dónde vino?-Yo. Me cuentan, me han contado, que el sueño vive en la lejanía, en la aldea azul de las hadas: allí; a la sombra de la floresta que alumbran las luciérnagas con su tierno relámpago diminuto, se inclinan dos flores encantadas, parecidas a los ojos del niño, entre su aroma. Y es de allá de donde viene el sueño a cerrar con su beso los párpados del niño. La sonrisa que aletea, como un tenue centelleo, sobre los labios del niño cuando duerme: -¿Quién me dirá en dónde nació? -Yo. Me cuentan, me contaron, que la mano de la luna nueva, rozó el borde de una nube de otoño y allí, soñada por la mañana húmeda de rocío, una sonrisa nació: la sonrisa que, parecida al brillo de una lámpara bajo el agua, palpita en los labios del niño cuando duerme. ¿Y esa tibia frescura que en la piel del niño recuerda, a un tiempo, al trigo y a la rosa, antes en dónde se escondía? -Envolvía en un silencioso y amoroso misterio el corazón de la madre cuando era una doncella con el corazón lleno de sueños y de música: esa frescura que se extiende por el cuerpo del niño como una débil onda tibia.
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LA MADRE CANTA
Cuando te traigo juguetes de colores, niño mío, entiendo el tornasol del agua y de la nube y entiendo por qué un hada pinta las flores por la noche y entiendo el arco-iris sobre el campo y el nácar en la playa de la luna: cuando te doy juguetes de colores. Cuando canto para que bailes, mi niño, sé por qué la música plateada del viento entre las ramas y el coro de las olas alrededor del mundo y la cadencia de la luz sobre las hojas: cuando canto para que tú bailes. Cuando en tus pequeñas manos ávidas pongo dulces y golosinas, comprendo para qué la miel en el cáliz de la flor y para qué la savia azucarada que en secreto madura la fruta, como el amor un corazón: cuando pongo dulces y golosinas en tus pequeñas manos ávidas. Cuando abrazo tu cara de jazmín y canela para hacerte sonreír, mi niñito querido, comprendo la dicha que se extiende por el cielo límpido de la mañana y la delicia en que la brisa de verano envuelve mi cuerpo y la onda del trigal al medio día: cuando te abrazo para que sonrías.
3. LAS COSAS Y EL ESPÍRITU
LA BELLEZA
Yo oprimo sus manos; yo la estrecho contra mi corazón. Yo intento enlazar con mis brazos su perfume, beber su sonrisa con mis besos, beber también su mirada con mis ojos. Mas, ay, nada queda en mis 'brazos, en mis labios, en mis ojos. ¿Pudo alguien tocar el azul del cielo? Yo me empino hacia la belleza y corro tras ella; mas la belleza se me escapa y sólo me deja su apariencia entre las manos. Nostálgico y cansado vuelvo a este juego divino. ¿Cómo podrían las manos de mi cuerpo, coger la flor que sólo el alma puede rozar?
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INVOCACIÓN A LA NOCHE
1. Oh noche, noche morena, hazme tu poeta! Durante miles de años los hombres han velado, mudos, a la sombra de tu estrellado poderío: déjame cantarte por todos ellos. Llévame en tu alado carro que silenciosamente se desliza de mundo en mundo, ¡oh tú! nocturna noche, magnífica y oscura!
2. A veces un espíritu ansioso entra, furtivo, en tu corte, y errando por tu mansión sin luz interroga vanamente los aires. Y a veces algún corazón traspasado por la flecha de júbilo que lanza el arquero desconocido, prorrumpe en su misterioso canto que estremece la tiniebla hasta sus cimientos. A ti las almas conturbadas vuelven sus ojos y quedan temblando de pronto, ante tu cielo parpadeante, como quien descubre un tesoro. Hazme tu poeta, oh noche, el poeta de tu insondable silencio.
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LA LUZ
La luz! ¡La luz! He aquí la luz que inunda el mundo y nos besa los ojos y el corazón,¡la luz! ¡Ah! la luz danza, delirante, en el centro de la vida, como en medio de una pradera! Mi amor, amada mía, si la luz lo toca con sus dedos, suena dulcemente como una campana de cristal. El cielo se abre. El viento huye saltando como una muchacha transparente. Y una como risa apasionada se desborda por toda la tierra. Sobre el corazón de la luz, amada mía, la mariposa abre sus alas tan tiernas casi como las alas de tu sonrisa. Sobre la cresta de las ondas de la luz se encienden los jazmines. La luz, amada mía, pone a las nubes un halo de oro y azul, y parece una reina vestida de su propia belleza. Un inmenso júbilo se extiende, de hoja en flor y de flor en ola en torno al mundo. El río del cielo ha borrado sus orillas. ¡Y la ola del gozo nos ahoga!
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EL FUEGO
1. Oh fuego, hermano mío, yo te canto un canto delirante. Eres la imagen brilladora y púrpura de la libertad. Alzas tus brazos hacia el cielo y tus dedos ávidos pulsan las arpas del aire. Y danzas tu danza ligera y terrible al son de tu propia música.
2. Cuando finen mis días, cuando mi alma rompa los límites, en ti arderán, hasta ser pávida ceniza, mis ojos, mis manos y mis pies. Mi cuerpo se hará uno con el tuyo, mi corazón será arrebatado en tu frenético torbellino,y la llama trémula que era mi vida se fundirá con tu llama única.
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LA VIDA
El mismo río de vida que circula por mis venas noche y día, circula por las venas del mundo y canta, en lo hondo, con pulso musical. Y es una vida idéntica a la mía la que a través del polvo de la tierra alza su verde alegría en innúmeras briznas de hierba, y estalla en olas tiernas y furiosas de hojas y flores. Y la misma vida, hecha flujo y reflujo, mece al océano, cuna del nacimiento y de la muerte. Mis sentidos se exaltan al tocar esta vida universal. Y siento la embriaguez de que sea en mi sangre donde en este momento palpita y danza el latido de la vida que huye a través del tiempo.
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CANCIÓN 3
A la rama que suavemente roza mi ventana como un anhelo vago, o una caricia, o un pensamiento, ¿qué aliento la mueve? El agua que rueda y canta, por el sol, por la luna, ¿qué boca sedienta busca? La luz que está como un ramo sobre la mesa en que escribo, ¿de qué corazón, de qué mirada enamorada viene? Y con esa voz que casi no es y como que me nombra, pasando en breve ráfaga por la calle solitaria de la media noche, ¿cuál entre mis muertos queridos me nombra?
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EL CAMINO
Allí donde existen los caminos, pierdo mi camino. En el ancho mar, en lo azul del vasto cielo nadie trazó rutas jamás. Las alas de los pájaros y su canto, la llamita de las estrellas, las flores en ronda de las estaciones, ocultan el sendero. Y he preguntado a mi corazón: ¿Acaso tu sangre, el paso de la sangre, no conoce el camino invisible?
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EN EL LÍMITE DE LA MAÑANA
Hemos llegado al límite del invierno. Desde aquí vemos ya a la primavera tendida en el campo. Vuelven los colores tras un largo asueto. Y la luna se asoma en un claro balcón. ¡Oh alma mía! Mira el pequeño río azul que nos separa de la estación dichosa. Respira el dulce viento que viene de la lejanía inaugurando las flores a su paso. Mira el puentecillo delgado como un suspiro, que hemos de atravesar esta noche. Mira el mañana a los ojos, ¡oh, alma mía! Deja de este lado del río tu pálida sonrisa y tu mirada triste. Deja las palabras cansadas y las antiguas canciones. Despójate del pasado como de una vieja túnica. Entonemos los cantos que despiertan el porvenir. Y corramos enlazados a cruzar el puente que nos separa del mañana florido y encantado. Alma mía, ¡oh alma mía!
4. AMOR
AMOR
He besado con mis ojos y con mi tacto la adorable superficie de este mundo. Y, como un velo bordado de árboles y pájaros, lo he plegado sobre mi corazón. Y tantos pensamientos y sentimientos he vertido en sus días y en sus noches que mi vida y el mundo se han fundido y son ya una sola sustancia amorosa. Y amo mi vida porque amo la claridad del cielo que toda está en mí. Abandonar este mundo es una realidad tan poderosa como amarlo. Mas si este amor hubiera de ser engañado y burlado por la muerte, el gusano de una desilusión semejante roería todas las cosas y hasta las estrellas, extinguidas, se derrumbarían en ceniza. Y cuando toco el sitio de mi corazón estoy tocando el mundo y el amor inmortales!
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IMAGEN DE LA VIDA
A la flor era semejante mi vida, en su aurora: a la flor que, abierta cuando la brisa de la primavera viene a golpear en su puerta, deja caer uno o dos pétalos, e ignorante de su tesoro, no siente su pérdida. Ahora cuando pasó la juventud, mi vida se parece al fruto que ya nada tiene que perder: y espera, espera a alguien, para darse toda entera, con toda su pesadumbre de dulzura.
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EL AVENTURERO
He pagado mis deudas, he cortado mis ataduras, las puertas de mi casa están abiertas, he olvidado mis amores: ¡soy libre, y me voy por el ancho mundo! En cuclillas, agrupados en su rincón, los otros tejen la tela gris de sus vidas, o cuentan su oro entre el polvo, o beben su triste vino, o cantan lánguidas canciones: y me llaman para que regrese a su lado. Pero yo he forjado mi espada y he vestido mi armadura, y mi caballo piafa de impaciencia. ¡Soy libre, es la mañana y parto a conquistar mi reino.
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EL POETA
El alma del poeta danza y delira sobre la ola de la vida, entre el clamor de vientos y mareas. Y cuando el sol esconde su frente y el cielo entristecido cae sobre el mar como los párpados sobre los ojos fatigados, el poeta, dejando su pluma y con la cabeza en la mano, deja huir su pensamiento hacia el abismo del silencio, hacia la niebla del eterno secreto.
5. CANCIONES A LO DIVINO
CANCIONCILLA
Descendiste de lo alto de tu trono y te paraste en la puerta de mi cabaña. Yo cantaba solitario en un rincón y mi melodía encantó tu oído. Bajaste de tu altura y te detuviste a la entrada de mi cabaña. Muchos son los maestros cantores de tu palacio en cuyos aires, a toda hora, vuela la música. Pero el himno ingenuo de este aprendiz ganó tu amor. Yo musitaba una delgada cadencia melancólica y tu oído supo distinguirla entre la gran sinfonía del mundo. Y, con una flor como recompensa, bajaste y te detuviste en la puerta de mi cabaña a escuchar la cancioncilla silvestre.
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ORACIÓN
Sí, Dios mío, yo lo entiendo muy bien: la luz de pie celeste cuya danza se confunde con la danza de las hojas; las indolentes nubes que navegan hacia el ocaso; la brisa pasajera, errando por mi frente como una mano de frescura: todo es es sólo tu amor, y nada más que tu amor sobre mi vida. Mis ojos se han lavado en la claridad matinal y tu mensaje ha descendido hasta mi corazón. En lo alto, tu rostro diáfano se inclina; tus ojos me han mirado a los ojos y contra tus pies bate mi corazón como una ola.
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EL DUEÑO
El mundo te pertenece ahora, y por siempre jamás. Y porque nada puedes desear, oh Rey mío, tampoco puedes hallar placer en tus riquezas. Y para ti, ellas son como si no existieran. Por esto, en el transcurso lento de los días me das lentamente lo tuyo, para luego, sin término, reconquistar en mí tu reino. Día tras día, tu sol se alza a través de mi corazón, y te amas en mí, y te reflejas en esta imagen tuya que es mi vida.
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EL GUÍA
Mis canciones te han buscado toda la vida. Ellas me guiaron de puerta en puerta, de mirada en mirada, de fruta en fruta y de sonrisa en sonrisa. Y con ellas palpando mi universo, he tocado la vida circulante. Mis canciones me enseñaron todo lo que jamás aprendí y me mostraron la escondida senda y alzaron un lucero azul sobre el horizonte de mi corazón. A través de los días mis canciones me guiaron hacia la misteriosa comarca del placer y del dolor. Y ahora, cuando llega la tarde y se aproxima el final del viaje, ¿hacia el pórtico de qué vago palacio me conducen mis canciones?
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EL VIAJE
Creía yo que mi viaje tocaba a su término, que había llegado al límite de mi reino y de mi poderío, que el sendero se extinguía bajo mis pies como a veces el sueño en el súbito despertar. Creía que mis provisiones de fuerza y de ensueño estaban agotadas y que el momento había llegado de retirarme a una penumbra silenciosa. Pero tu voluntad, Señor, y tu amor, no tienen fin en mí. Y he aquí que cuando las viejas palabras languidecían en mi lengua ya las nuevas melodías danzaban en mi corazón. Y he aquí que donde los viejos caminos se borraban, a mis pies se abría una nueva vereda bordeada de maravillas.
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EL QUE ESPERA
He aquí que ésta es mi sola delicia: esperar y esperar a la orilla del camino, en donde la sombra persigue a la luz y la lluvia viene andando sobre las huellas del verano. Los mensajeros, con las nuevas y el aire de otros cielos pasan veloces, me saludan y se apresuran a lo largo del camino. Mi corazón se desborda de júbilo y es dulce el hálito de la brisa volandera. Del alba al crepúsculo estoy en mi puerta: sé que de repente vendrá el dichoso instante en que veré. Entre tanto sonrío y canto, solitario. Entre tanto por el aire se expande el perfume de la promesa.
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LA PROMESA
Vino a sentarse a mi lado y no me desperté. ¡Maldito sea mi sueño! Vino entre la noche apacible con su arpa en la mano y mis sueños se llenaron de música. ¡Ay!, he perdido mis noches y mis noches: ¡porque aquel cuyo aliento roza mi sueño, escapa siempre a mis ojos!
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LA ORACIÓN
Cuando el corazón está seco y árido, desciende sobre mí resuelto en lluvia de bondad y de frescura. Cuando la vida, borrada su gracia, se haga dura y torva, ven a mí en floración de cantos. Cuando el tumulto eleve en todas partes su vocerío y su ráfaga, aventándome lejos, por el suelo, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu serenidad. Cuando mi corazón miserable solloce abandonado en un rincón de su cárcel, abre de par en par la puerta con tu aliento, Rey mío, y ven a mí con la gloria de un rey. Cuando el deseo ciegue mi espíritu, con su ilusión y con su polvo, Tú, el solo santo, Tú, el vigilante, ven a mí con tu relámpago y tu trueno.
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EL CANTADOR
Estoy aquí para cantar. Es mi destino y mi parte en la fiesta del mundo. En esta sala que es tuya, tengo un rincón para sentarme y cantar en voz baja. Soy un ocioso en tu atareado mundo, Señor. Mi vida inútil sólo sabe expresarse en vagos acordes sin sentido, como el árbol en silabeo de hojas brilladoras, como el río en impensada cadencia de agua y viento, como el cielo en anhelante balbuceo de nubes. Cuando sea la hora de adorarte, cuando en la basílica húmeda y azulada de la media noche, suene el reloj de las estrellas, llámame, Señor, y yo me alzaré ante Ti, para cantar. Cuando en el aire tierno y límpido la mañana iza su arpa de oro, llámame a tu presencia y he de cantar pulsando la luz de la mañana.
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EL DISCÍPULO
Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en tu nombre. Yo comprendo la voz de tus olas y el silencio de tus árboles. Comprendo la escritura de tus estrellas con que nos explicas el cielo. Comprendo la líquida redacción de tus ríos y el idioma soñador del humo en donde se evaporan los sueños de los hombres. Yo entiendo, Señor, tu mundo, que la luz nos describe cada día con su tenue voz. Y beso en la luz la orilla de tu manto. El viento pasa enumerando tus flores y tus piedras. Y yo, de rodillas, te toco en la piedra y en la flor. A veces pego mi oído al corazón de la noche para oír el eco de tu corazón. Tu lenguaje es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en tu nombre. Pero yo te comprendo, Señor.
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ORACIÓN 2
Que yo nunca rece para ser preservado de los peligros: sino para alzarme ante ellos y mirarlos cara a cara. Que no pida la extinción de mi dolor: sino el coraje que me falta para sobreponerme a él. Que no confíe en aliados en la guerra de la vida sobre el campo de batalla del alma: que sólo espere de mí. Que no implore, espantado, mi salvación: que tenga la fe necesaria para conquistarla. Dame no ser ingrato: pues a tu misericordia debo mis triunfos. Y si sucumbo, acude a mí con tu brazo fuerte. ¡Y dame la paz, y dame la guerra!
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EL ÚLTIMO VIAJE
Sé que en la tarde de un día cualquiera el sol me dirá su último adiós, con su mano ya violeta, desde el recodo de occidente. Como siempre, habré musitado una canción, habré mirado una muchacha, habré visto el cielo con nubes a través del árbol que se asoma a mi ventana... Los pastores tocarán sus flautas a la sombra de las higueras, los corderos triscarán en la verde ladera que cae suavemente hacia el río; el humo subirá sobre la casa de mi vecino... Y no sabré que es por última vez... Pero te ruego, Señor: ¿podría saber, antes de abandonarla, por qué esta tierra me tuvo entre sus brazos? Y ¿qué me quiso decir la noche con sus estrellas, y mi corazón, qué me quiso decir mi corazón? Antes de partir quiero demorarme un momento, con el pie en el estribo, para acabar la melodía que vine a cantar. ¡Quiero que la lámpara esté encendida para ver tu rostro, Señor! Y quiero un ramo de flores para llevártelo, Señor, sencillamente.