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- Luz de marzo
- Compromiso-
- Sonetos para una tarde de verano
- Más allá de las palabras
- Página
- Pulso
- Una luz en la luz
- Dhyana (en meditación)
- Cuaderno del vacío
- Esencia
- Ser
- Poemas de amor
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sábado, 28 de febrero de 2009

JOSÉ ÁNGEL VALENTE -SOBRE LA POESÍA-

CÓMO SE PINTA UN DRAGÓN
XXXXXXXXXXXXXXXXXXX
nunca te quieras satisfacer
en lo que entendieres (...),
sino en lo que no entendieres.


Cántico espiritual: I, 12


Multiplicador de sentidos, el poema es superior a todos sus sentidos posibles. Y aunque todos ellos nos hubieran sido dados, el poema habría de retener aún de su naturaleza lo que en rigor lo constituye, la fascinación del enigma.

La palabra poética ha de ser ante todo percibida no en la mediación del sentido, sino en la inmediatez de su repentina aparición. Poema querría decir así lugar de la fulgurante aparición de la palabra.
La palabra que de ese modo aparece está grávida de significación, contiene el sentido como posibilidad e infinitud, semilla del sentido, al igual que los logoi spermatikoi, pensados por los estoicos, contienen las semillas -spérmata- del mundo.

Gime el logos por la encamación. El logos es la antropofilia de lo increado.

Donde la sobriedad te desasiste está el límite de tu inspiración (Hölderlin, carta de la primera estancia en Homburg, 1798-1800.)

No se trata de que la obra sea breve o larga. No importa escribir poco o mucho. Importa tener la gracia o el don de la «abundancia justa», como quiere José Lezama Lima en la «Plegaria tomista» de Tratados en la Habana.

En el Tao, la gestación es ya el nacimiento del ser humano. En la tradición china, la edad de un niño se contaba no a partir de su nacimiento, sino de su concepción.
También el poema nace al comenzar una larga gestación previa a lo que cabría llamar la escritura exterior.
(Vive con tus poemas antes de escribirlos, dice en su bella lengua Carlos Drummond de Andrade.) En realidad, el poema no se escribe, se alumbra. Por eso suele aparecer como el Viejo Niño, Lao-tseu, que abandonó la matriz de la madre Li (cuyo nombre teológico es Doncella de Jade del Relámpago Oscuro) a los ochenta y un años.

La corrección nunca es corrección de lo esencial. En el proceso de escritura la palabra tanteante se va encontrando o se va engendrando a sí misma. La corrección consiste sólo en reajustes que la palabra esencial impone. El proceso prolongado al que el poema está sujeto para llegar a ser es el proceso sumergido o radicalmente interior de su gestación. El poema gestado es el poema natural. El poema sobrecorregido es un producto artificial, como una gestación fuera del útero.

En la cerámica china, el contorno aísla lo representado (fénix, murciélago, pez, dragón, rama de almendro) reduciéndolo a su soledad esencial. Loto, almendro, figura humana en meditación, sobre lo blanco, sobre el vacío esencial.

Escribir es una aventura totalmente personal. No merece juicio. Ni lo pide. Puede engendrar, engendra a veces en otro una volición, una afección, un adentramiento. Otra aventura personal. Eso es todo.

Sólo se llega a ser escritor cuando se empieza a tener una relación carnal con las palabras.

El canto del pájaro es líquido. También la palabra poética sólo se reconoce en su fluir.

La poesía no sólo no es comunicación; es, antes que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para andar en lo oculto, para echar púas de erizo y quedarse en un agujero sin que nadie nos vea, para encontrar un vacío secreto, para adentrarnos en una habitación abandonada cuya puerta se pueda cerrar desde dentro sin que nadie en el exterior sospeche que una puerta se disimula en el muro, y para estarse allí en el claustro materno, seguros y escondidos, sin que nadie aparezca, sin que nadie nos saque a la luz pública, desnudos e indefensos, nos saque y nos suplicie y nos repita la sorda letanía cotidiana, la letanía aciaga de la muerte.

Cuando, en el camino hacia la escritura, percibimos un ritmo, una entonación, una nota, algo que es, sin duda, de naturaleza radicalmente musical, algo que remite al número y a la armonía, la escritura ha empezado a formarse. Escribir exige, ante todo, del oído una gran acuidad.

El espíritu es la metáfora de la infinitud de la materia.

Se escribe por pasividad, por escucha, por atención extrema de todos los sentidos a lo que las palabras acaso van a decir.

Crear, en suma, lo que es ya ruina, duración, la piedra fracturada; entrar no ya en el hoy, sino directamente en la memoria.

Ginebra, agosto de 1992

José Ángel Valente

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