ETERNA

-A Eladia González Montero-

Ahí, dentro de ti, sólo tú sabes: el Dios que te acompaña conoce tu valor y tus anhelos… Afuera de tu alma y de tu cuerpo, no sabemos; creemos conocerte, sentimos tu presencia, recibimos tu humor de chispa y música, pero tú estás detrás -¡única y sola!- de nuestros pensamientos.

De pequeña mirabas y escuchabas. Tratabas de enlazar los noes con los síes, ideas con preguntas, canciones con suspiros… Querías que la vida te guiase, diese por ti tus pasos, llenase de sabor tus alacenas, encendiese una estrella para ti, en la noche, en la duda.

Más tarde, no eras tú quien te vivió durante muchos años, fueron otros: parientes y vecinos, huéspedes varios sobre tus espaldas, entre tus finas manos.

Las hojas de los árboles cayeron una vez, y otra vez, y otra vez… Tus frutos fueron muchos, como los de los árboles. Sus semillas brotaron y dieron nuevos frutos que llegaron a ti desde otros corazones… Mas nadie conocía tu secreto, la fuente que lloraba en tu silencio.

Y tus frutos partieron. Rodaron por pendientes y coronaron cimas, seducidos por luces y horizontes, en busca de la vida fuera de tu mirada. Te quedaste en tu alma, inmóvil y desnuda, recogida, sin cuerpo casi, y casi sin porvenir, vencida.

Pero nadie sabía que tú estabas ahí dentro, eterna y grande, como el agua que cambia sin dejar de ser agua, o el fuego del volcán, que parece dormido.

Un día, sin aviso, la vida te posó sobre tu tiempo, dejándote otro cuerpo, más pequeño y ligero, sobre una alfombra de cenizas. Unas alas de ángel crecieron de tu espalda para sobrevolar la historia.

Y ahora sigues ahí, luchando una vez más, guerrera sin medallas bajo el sol del invierno…

Y nos dejas, por fin, a lado de tu cama, de las nuestras, las páginas recientes, escogidas, de tu diario, escritas de tu puño y de tu letra. Hojas donde aprender lo que no supimos de ti, tu propia eternidad, que desvelas al fin, sin hablar, diciéndonoslo todo…

Luis Ángel Barquín
(Madrid, 18 de enero de 2009)