AÑO NUEVO

La espiral, elegante, siempre retorna al punto de partida pero con más conocimiento; viaja sobre el círculo aparente que no se cierra nunca.

El despertar lejano de nuestra propia voz, que vamos escuchando más y más, orienta nuestros pasos, inquieta nuestras mentes, seduce a nuestras almas. Es hora y es minuto y es segundo, en el templo sin forma. Cada instante desnuda su apariencia para invitarnos a ser no siendo, cúmulo inmenso del desprendimiento.

Fragmentos encontrados de un ánfora olvidada, propósitos que brotan entre copos de nieve, sueños colgados en paredes sin techo…, surgen ahora por doquier como flores de Pascua.

Pareciera que el tiempo por llegar nos dejase escribir, sobre sus páginas, nuestros autógrafos y garabatos… Sin embargo sentimos muy adentro que no es cierto del todo, que la vida demanda un corazón dispuesto a emocionarse, unos pies decididos a pisar parajes inventados, y unos ojos despiertos día y noche, que quieran enfocarse, si es preciso, hacia su propia fuente.

Queremos la salud propia y ajena, sin saber lo que cuesta, sin saber a qué estamos dispuestos para llegar a ella, qué vamos a ofrecer para que otros beban y beban de su vaso…

Y anhelamos el aire en cada pecho, la paz en cada casa, la luz en cada duda y el pan en cada boca… Mas no brota incesante el agradecimiento por la dicha vivida, por la paz disfrutada, por la luz encontrada o el pan asimilado…

Y buscamos, sin tregua, ser felices. Cada quién ha pintado su boceto de la felicidad, esa señora que no tiene rostro, ni voz, ni edad, ni paradero. Pero muy pocos han llegado a verla, reconocer su rostro entre la multitud, o en una esquina de su propio espejo cuando se están peinando…

Un año nuevo más –intacto, misterioso– eleva ante nosotros un desafío de síes y de noes para aprender, para desaprender…

Luis Ángel Barquín