Dos silencios cristalinos
deslizan su sola nota
e, interrogantes, acercan
sus magnitudes redondas
hasta mi alma, esta noche
de luna grande y hermosa.
La brisa tañe un arpegio
de armonía seductora.
Un verso asoma su aliento
por el margen de esta hoja,
ahora que sus mitades
-niña y loba-
se completan sin mezclarse
y en otro ser desembocan:
una mujer…
XXXXXXXxxXXXXA mis manos
llega de pronto esta historia
de una niña que creció
buscando su propia sombra,
oliendo sus propias huellas,
tejiendo su propia alforja,
desafiando a los vientos,
sintiéndose única y sola
a menudo entre los suyos,
contando las propias horas
en el secreto reloj
del centro de su memoria.
La niña se hizo mujer
pero decreció su sombra.
Ya no olfatea sus huellas
porque huele y sigue otras
-las de su destino- y lleva
una lámpara y no alforja.
Es amiga de los vientos,
confidente de las rocas,
una más entre los árboles
y una más entre las rosas.
Su mirada deja fijos
mis ojos en una incógnita
-¿loba y niña?- reluciente
desde dos estrellas hondas
y quietas sobre su ser
de mujer y niña y loba,
que conserva la inocencia
del olfato en su memoria.
Y cuando observo sus ojos
anaranjados, que rotan
iluminando la tarde
como un doble sol, se posan
mis dudas sobre esta página
y se despeja la incógnita:
¡es posible lo imposible,
es mujer y niña y loba!
Luis Ángel Barquín
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