Buenas noches, amiga.
Tu corazón conoce a tientas –siempre– dónde se encuentra el mío, que te quiere.
Salto ahora a mi vacío para escribirte. Desde ahí siento el tuyo protegiendo tu pulso, a la escucha -quizá- de este mensaje.
Una palabra rompe la costra del silencio. Unas letras menudas en hilera, nacientes hacia su amanecer, antes del alba. Escucho cómo vibran apenas en mi oído: un susurro y la estela de un sentido hacia ti, puente que cruza espejos jamás utilizados por nosotros.
Imágenes de ti, futuras y pasadas, esta noche se encuentran, dejándome palabras sencillas en el hueco de la mano.
Un ritmo va empujando cada sílaba, separando las pausas, juntando los sonidos, dando cuerpo a una música todavía en el lecho de la noche.
La hoja va llenándose de signos que señalan silencios ignorados y dibujan paisajes monocromos.
El cansancio me vence y detiene mi pluma sin esfuerzo.
Ya se cierran mis ojos y caigo a tu vacío, donde dejo esta carta para ti.
Un fuerte abrazo.
Luis Ángel Barquín
Tu corazón conoce a tientas –siempre– dónde se encuentra el mío, que te quiere.
Salto ahora a mi vacío para escribirte. Desde ahí siento el tuyo protegiendo tu pulso, a la escucha -quizá- de este mensaje.
Una palabra rompe la costra del silencio. Unas letras menudas en hilera, nacientes hacia su amanecer, antes del alba. Escucho cómo vibran apenas en mi oído: un susurro y la estela de un sentido hacia ti, puente que cruza espejos jamás utilizados por nosotros.
Imágenes de ti, futuras y pasadas, esta noche se encuentran, dejándome palabras sencillas en el hueco de la mano.
Un ritmo va empujando cada sílaba, separando las pausas, juntando los sonidos, dando cuerpo a una música todavía en el lecho de la noche.
La hoja va llenándose de signos que señalan silencios ignorados y dibujan paisajes monocromos.
El cansancio me vence y detiene mi pluma sin esfuerzo.
Ya se cierran mis ojos y caigo a tu vacío, donde dejo esta carta para ti.
Un fuerte abrazo.
Luis Ángel Barquín
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