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- Luz de marzo
- Compromiso-
- Sonetos para una tarde de verano
- Más allá de las palabras
- Página
- Pulso
- Una luz en la luz
- Dhyana (en meditación)
- Cuaderno del vacío
- Esencia
- Ser
- Poemas de amor
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miércoles, 24 de septiembre de 2008

JOSÉ MANUEL MARTÍN PORTALES -POEMAS EN PROSA-

EL MENDIGO (Kojiki)

Toda mirada busca un regazo donde existir y es acogida en los brazos del aire, acunada en la transparencia de las cosas.

Ahí fuera algo sacia. Abrirse es ya ser dueño de la vida. Pero la vida no es algo ya completo. Si un corazón no la anhela, la vida ya no existe.

Aquello que sacia al hombre es la pobreza. Lo que ha de llegar cuando el vacío de uno mismo sea verdadero. La esperanza no sabe lo que espera. Su verdad consiste en eso, en una necesidad que carece de objeto, que no se detiene en lo recibido. En un anhelo que ha de ser colmado por lo imprevisible.

Arrojado a la transparencia del mundo.

LA COMIDA (Shokuji)

Se alimenta de luz el cuerpo del espíritu. El alma transfigura las formas y extrae de ellas lo protegido bajo su oscura consistencia.

Liba, aquí y allá, pequeñas dentelladas de horizonte. Reposa en la abundancia del milagro. Sobrio.

Aquello que se ofrece pertenece al sentido de la necesidad. Muestra así al mundo su perfección precaria y suficiente. Y su encuentro produce soledad: el pan de cada día.

Acumular para el hambre de mañana es una imperfección de la esperanza. Un contrasentido que el hombre ha introducido en el equilibrio del cosmos.

A cada instante le basta su afán.

El que se busca ha sido invitado al ahora.

EL MAR (Umi)

Lo ilimitado muestra su vacío como un don. La Realidad no deja de transformarse en ella misma: lo abismal acude a su nombre para perderse en él.

El que nombra el mar sabe que está mintiendo, sabe que no sabe lo que nombra.

Así también es el presente. Una pura negación. Un sublime estadio de aventura. Así el poema, algo ilimitado latiendo en el ahora-palabra.

Zarandeado una y otra vez, el espíritu descansa en la hermosura, aunque la espuma bulle sobre un pueblo de náufragos. Pero lo que se muestra en la superficie es tan sagrado como lo que se oculta en lo profundo.

El mar esconde lo que muestra. La Totalidad también es monosílaba.

El que se busca santifica el instante.

El que se busca se ofrece a la intemperie.

SOLEDAD DEL HOMBRE (Kodokuna hito)

Acaso toda soledad no sea otra cosa que la apropia­ción de una pérdida de si mismo, un acto de reconoci­miento, como si algo propio se volviese ausencia aunque permaneciese encarnado en nuestro cuerpo. Como si la ausencia se presentase, seductora, fantasmal, a veces impidiéndonos encontrarnos con alguien, a veces obli­gándonos a abrazarlo todo.

De ese gran misterio del corazón nada se sabe, excep­to que acontece. El hecho de que exista el poema nada resuelve, en efecto, pero aquella palabra nacida en sole­dad parece indicar precariamente que la comprensión de lo vivido no está en sus causas sino en su sentido. Como si esa misteriosa experiencia fuese hija del maña­na, no del ayer.

Un hombre solo, acaso por su ‘culpa’; dirán los racionalistas del espíritu. Un hombre solo, acaso por su ‘destino’; pensarán los artistas. Pero más allá de las respuestas, la soledad, a fin de cuentas, quizá no sea otra cosa que una forma de desnudez incomprensible, una metáfora por la que transitamos, algo hasta tal punto inocente que no pueda entenderse ni desde el origen ni desde el destino. Sencillamente forma, forma pura de hallarse entre el Todo y la Nada. Apropiación de la transparencia.

Encarnación del nadie. Pobreza de lo inminente.

El que se busca no sufre compañía.

EL HAMBRE (Ue)

Persistir en la Naturaleza es voluntad del mundo. El hambre es el espíritu del mundo, tal como la sed, algo sagrado para él, algo en lo que busca ser reconocido. Algo ante lo que el hombre comprende que es mundo.

Con el pico desmesuradamente abierto esperan los pájaros recién nacidos, y la amistad también tiene la forma de un banquete.

Cuando falta la leña, el fuego clama oculto como un huérfano, tiembla en la nada de su propia posibilidad inaccesible.

El que se busca se alimenta de la nada.

El que se busca aprende de su estómago.

EL BUDA (Hotoke)

El que ha roto su espejo contempla un rostro sagra­do. Una costumbre de asombros lo protege, pues nada ha conseguido para sí quien reconoce la Totalidad.

De un lado a otro del paisaje, atravesado en deve­nir, herido en forma, sobresaltado en ausencia aquí y allá, lo que se manifiesta persigue a su manifestación.

Ahí sublime, donde muestra la Nada su sentido. Estructura de toda anunciación.

De la indefensión de la misericordia se alimenta el porvenir.

El que se busca se postra ante el azar.

BEBER EL AGUA (Miza o nomu)

Los sentidos permiten que la conciencia no quede atrapada en la contemplación. Nada ha de quedar preso en su imagen. Lo que sucede sólo sucede ahora. Mantener en vilo el presente parece ser el destino que se busca.

La sed es el presente puro de la necesidad, un modo ser del alma. Por eso el agua que se bebe ahora tiene que ver con el espíritu del mundo en el instante de darse al hombre. Beber el agua es un acto de pureza, sin más.

La sed busca a la madre. Beber es encontrarse con la madre. La madre está en la sed, como un anuncio de presencia.

El agua es lo que queda cuando el viento ha atravesado la piedra.

El que se busca se sacia de su necesidad.

EL HOMBRE Y EL MUNDO (Hito to sekai)

Inadvertidamente, la vida se fue posando sobre el mundo. La vida se hizo mundo. Algo que late bajo el cielo, algo que brota y se deshace, arrastrado por el vien­to, que era parte del mundo antes que la vida.

La vida, después, pensó en sí misma. Se hizo con­ciencia y contempló al mundo como algo ajeno. La vida se olvidó de que era mundo y quiso sobreponerse al viento, que era parte del mundo antes de que la vida supiera nada.

Lo extraño del haiku es que supone una conciencia, pero una conciencia que no busca sobreponerse sino más bien intimarse con el mundo. Pareciera, en efecto, que hablase el mundo en el haiku. Que fuese el propio mundo el que está teniendo conciencia de la vida, del hombre.

Pero el mundo no mira al hombre como algo ajeno, y todo lo que dice lo dice humanamente. Una palabra hecha de silencio.

El que se busca se convierte en lenguaje.

EL VIENTO (Kaze)

Juega a deshacer, aun cuando llega con la intención de ofrecer algo perdurable. Cuando su ímpetu se enfren­ta a la piedra, conmueve su vibración y la manera de multiplicarse, después, en pequeñas flechas invisibles que saltan en todas las direcciones. Cuando se enfrenta a la hoja o al pétalo, no es menos emocionante darse cuenta de su impetuosa delicadeza: mece y provoca una ondulación tan sutil que se diría que un ángel ha sido invitado y participa de esa paz junto al testigo.

Más allá de su aliento sagrado, que alimenta el espí­ritu de cada cuerpo y refresca la honda superficie de cada ser, transporta un cúmulo de evidencias remotas: el sonido de pólenes lejanos, el sabor de una música callada, el roce de una idea que eriza la piel... y nos deja ver, a su paso, la esperanza que juega a decir adiós pero no quiere abandonarnos del todo. El alma es un cúmulo de sinestesias.

En las noches en calma se queda como inmóvil, como un hombre ante el Buda. Polvo o lluvia, siempre trae algo entre manos.

Con la misma facilidad que descorre una cortina reinventa los desiertos. Cuando adviertes su presencia ya se ha ido.

El que se busca camina junto al viento.

LA MUERTE (Shi)

Cuando aparece la encarnación de la distancia cual­quier otra presencia es abolida. Como un silencio que al fin es pronunciado y ocupa todo el hábitat del lenguaje.

Las palabras que huyen, ya inútiles, hasta sus últimos significados, no serán comprendidas. Acaso los niños que juegan en la puerta o la brisa del atardecer pueda toda­vía meditarlas un momento, convertirlas en luz en el umbral de la noche, como quien esconde una canica hasta mañana o entierra lentamente una antorcha.

Algo sosegado, como la conquista de un jardín abandonado o la intención de un beso sobre unos labios dormidos, se ejercita entre la niebla exactamente igual que una libélula que se ha desmayado sobre el agua.

Lo inaccesible lanza un gesto de asombro y todo lo que pertenecía al olvido regresa y danza, y a su mane­ra celebra haber sido existencia.

No hay lenguaje, pero entre las tumbas brota la hierba, que no cesa de anunciar.

Del sí al no el camino es muy corto. Del no al sí no hay camino.

El que se busca no volverá a por sus canicas.

MOSCAS Y MOSQUITOS (Hae to ka)

Fluye en pequeñas formas, la vida que se multiplica y se divide en cotidiano aliento. Juega a distan­ciarse, se reúne, renace hacia la muerte, agoniza hacia la manifestación, se encarna como ausencia, desaparece hacia el signo, se proyecta desde lo oculto, se presenta hacia el olvido. La estructura de lo que existe.

Está ahí. Es hábitat, asombro, revelación, silencio. No otra cosa que estancia, equilibrio hacia la perpleji­dad. Número. Música. Algo corpóreo donde el alma se reconoce.

Nada es algo ajeno.

El que se busca descubre una estructura.

LA HIERBA (Kusa)

Algo indecible ha encontrado acomodo y regala su efímera frescura al que no cesa de atravesar los áridos caminos, por donde huye el verdadero nombre de las cosas. Por eso, quizá, una brizna de muerte salpica la mirada que se ha entretenido junto la humilde hija de la lluvia.

Algo profundo, sin embargo, como un cielo de tierra o un gesto amable que esconde su amargura, le ha lla­mado desde la misteriosa certeza con la que suele maniatar la ternura a quien pasa a su lado.

Distraídamente ha comprendido que todo conoci­miento es paisaje, y que el camino de lo que va a des­aparecer está plagado de presencias que anuncian algo eterno.

Quizá los últimos días de la primavera.

El que se busca descansa en el olvido.

LA LUNA (Tsuki)

Toda soledad merodea una perfección, crece hacia la nada plena. La visitación de la luz encuentra cuerpo allí, sombra transfigurada, cuando el olvido se ha hecho perceptible y acaba siendo femenino en su última trans­formación.

Leche de manantial. Dulce augurio azul en el cen­tro de la constelación sangrante. La que está hecha de tiempo. Volvedora.

Como una victoria del lenguaje sobre la inagotable música incomprensible. Alma del logos. Materia de un ángel interior. Piedra de luz gobernando la noche de los hombres.

Supremo ahí sostenido por adverbios incandescentes. Descripción exacta del silencio.

El que se busca se deja iluminar por la sombra.

LA VEJEZ (Oi)

Cumplido el tiempo, el corazón reúne la memoria deshilachada que ahora revela, más allá del dibujo, los trazos del pincel sobre la tela húmeda. Lo que soñamos apenas aparece ante nosotros como una perfección de ausencias líquidas. Como agua a punto de no ser llu­via o arroyo, ni charco, ni manantial, ni mar siquiera. Sólo agua latente en la consumación de la edad.

La aproximación del olvido, patria al fin, inminen­cia de toda transformación, deja en el alma una can­ción en ruinas que se repartirán los pájaros del silencio, mientras el cuerpo obedece y es conducido hacia la madre como un niño remoto.

Lo que se tuvo un día como presencia se tiene ahora como una pérdida. Como si el mundo que nos sostuvo se echara ahora en nuestros brazos para ser sostenido por nosotros o para quedarse dormido pegado a nuestro sueño.

Orfandad traspasada de maternal lenguaje.

El que se busca ha incendiado el silencio.

LAS NUBES (Kumo)

Lo que da de vivir pasa como si nada. Pero su leja­nía de caprichosas formas esconde el elixir de la flora­ción y la amenaza del aguacero.

En su húmedo corazón se complace la luz y descan­sa, agotada de vagar por la inconcebible transparencia.

Pero su perfección consiste en lo puro de su indife­rencia, en el modo que tienen de no pertenecer a quien goza o teme contemplándolas.

Hijas de la intemperie, en su vientre consuma el viento su inaccesible hondura.

Cuando desaparecen, su ausencia deja pasar la luz. El que se busca está protegido por la sombra.

LA DESNUDEZ (Hadaka)

Con indolente sencillez regresa el cuerpo, a veces, a su intemperie, como si se adentrara en un huerto soli­tario por el mero hecho de una pequeña predisposición, o permitiera que el alma se hiciese visible por completo.

Entonces recorren el paisaje evidencias casi irrecono­cibles, como llegadas de un tiempo remoto o futuro, señales de todas partes que se abrazan a nuestra más íntima frontera y nos susurran al oído una consigna, acaso una canción antigua que aún recordamos.

Todo se vuelve silencioso. Todo significa sin necesi­dad de haber sido expresado.

El despojo atrae la compañía. Sólo la desnudez acce­de a lo evidente.

El que se busca añora la transparencia.

EL ALCOHÓLICO (Sake-nomi)

Como una costumbre despiadada por la que huir hacia la ausencia, el sake liberó a Santoka de la cárcel de los otros y le condujo a la cárcel interior, desde la que salía cada mañana sin rumbo, hacia no se sabe qué encuentro.

Imposible de ser dueño de sí, acaso fue construyendo lentamente una forma frágil de piedad en la que fueron instalándose las cosas y los seres que no encontraron morada en otro sitio.

Allí, en su contradicción, poblado de agónicas luciérnagas, como encerrado en una luz de polvo o acorralado por ángeles de luto, convivió muchos años con la deformada evidencia de su propio abandono, como quien camina sin tregua hacia el abismo sin sospechar que toda desesperación es una forma de humildad donde termina habitando la misericordia.

Ajeno, deshabitado, en puro vaivén de su agonía, a cuestas con su muerte, el mundo, sin embargo, estaba ahí y a su manera latía para él con la sagrada compasión de una presencia.

Memoria sin esperanza, sorbo a sorbo.

El que se busca anda ebrio de pérdidas.

LAS HOJAS CAÍDAS (Ochiba)

El tiempo de la espera culmina en una floración de la pobreza, porque toda esperanza obliga a la memoria a desprenderse de lo que habla soñado.

Desde el frondoso árbol de quien se cree dueño de su vida, van cayendo las hojas, una a una, hasta que lo que ha sido encuentra en lo profundo de su nada el fruto irreconocible de lo que es.

Incluso el lenguaje se queda sin motivos para significar. Y el poema, construida la ruina del olvido, sospecha la identidad del sin sentido en la palabra del ser.

Aquí y allá. Como una alfombra de instantes derrotados en busca del no tiempo.

Lo sido fermenta en su silencio.

El que se busca ya no puede volver.

LA MONTAÑA (Yama)

Llamamos lo sagrado al lugar del encuentro. Un hábitat de majestad vacía, prolongación visible de lo invisible, corazón mágico de la Realidad, ajeno como el límite de lo más íntimo.

Estructura sin fondo. Paisaje abierto. Epicentro de un sueño en cuyo núcleo late el origen del porvenir. Tiempo desesperadamente abolido es su presencia.

Contra la horizontalidad de todo pensamiento, corpórea como una determinación, pozo invertido de la alquimia, signo de transformación, tierra sin más amontonada sobre la inalcanzable liturgia del horizonte. Clamor petrificado. Altar del mundo donde se inmola la inminencia.

Nada en revelación. Fortaleza del olvido.

El que se busca desciende a lo más alto.

LA PRIMAVERA (Haru)

La esperaba desde niño. La esperaba como abriéndose a sí misma. La esperaba como una prolongación de la misericordia de la que se alimenta el corazón cada atardecer. Pero ella, al fin, en su humilde majestad, apareció allí, tras la ventana, como algo inesperado, como una súbita pasión que te abraza sin darte tiempo a decidir. A veces, con el amor pasa lo mismo.

En lo más alto ha de aparecer un día lo que estuvo oculto, podrido, huérfano. Lo que entendió la muerte como una maduración. Lo que esperaba sin saber. Alzarse lo que un día se amamantó de inviernos y de tumbas.

Como un gran concierto de pequeñas señales luminosas, lo que había sido silencio y polvo abandonado.

Todo parece obedecer a su tiempo. Acude a su horizonte.

El que se busca no deja de pasar.

LA NIEVE (Yuki)

Lo sagrado acontece en la víspera del conocimiento. Después ya sólo queda el símbolo, que oculta lo que revela y muestra lo que esconde. Cuando aparece ahí, en breves copos infinitos, la extraña hierofanía, algo interior se desvanece, como impulsado hacia lo informe, lúcido y desesperado hacia la paz.

El aliento interior se hace cargo del paisaje y es imposible ya saber si va o si viene, pues el tiempo ha sido obligado a postrarse ante el signo que se deshace.

Éxtasis de lo ausente, su presencia.

El que se busca se olvida de sus huellas.

LA LLUVIA (Ame)

Bajo la bóveda del arco iris amanece un país interior. Goza en su intimidad la materia del mundo. Algo fértil derrama su canción como una palabra pura sobre la geografía del silencio.

Algo inocente percute sobre el vientre de la piedra provocando los signos de la felicidad.

Sobrepasado por el clamor de las semillas, aturdido por la benevolencia del destino, confuso, tal vez, ante tan evidente milagro, el futuro se reconcilia con su origen y lo que ha de venir se deja contemplar como una simple costumbre de la vida. Bajo la lluvia.

Indefenso ante la contundencia de la manifestación, el que así recibe el signo renace en el olvido: el no lugar de toda percepción.

Más allá del cuerpo y el alma. Bajo la lluvia.

El que se busca se expone a la ternura.

EL INVIERNO (Fuyu)

Pleno en su intimidad, crece desde los ocres a los grises, antes de inaugurar el blanco donde encuentra reposo el 'verde ácido de la humedad que conduce la mirada hacia un recodo del futuro. Surge entonces el verde, más allá.

El silencio, entonces, comienza su lenta descomposición hasta que cada hombre reconoce su significado y lo acuna en susurros casi imperceptibles. Canciones de cuna en la ceniza.

Gravita, al fin, un hilo de ausencia que entreteje la Realidad, para que el mundo retorne a su propia emergencia. Inagotable.

Incomprensiblemente, la desolación se torna nutricia de algún modo y cada soledad, en un gesto de ternura ajada, se convierte en ubre, derramándose sobre lo que se oxida.

Algo que era íntimo y doloroso se apacigua ante la madre del silencio. Lo que va a ser, clama.

El que se busca hace fértil al mundo.

EL PEREGRINO (Junrê-Sha)

Desnudo de todo pensamiento, hacia el reino interior de la actitud, el buscador de sendas advierte el no lugar de toda decisión.

Desde la leve consistencia del lenguaje, como una antorcha a punto de desaparecer, descubre, acaso, el modo de interpretar el horizonte.

Algo que pertenece al tiempo de la vida medita más allá de la inquietud. Algo desprovisto de razón parece florecer en la sublime orfandad de la existencia.

Cada cual debiera aventurarse hacia su nadie pleno. A su modo, todo lo que palpita, incluso el hombre, busca a ciegas la música que le ayude a danzar hacia el silencio.

El porvenir reúne sus vacíos.

El que se busca no tiene donde ir.

José Manuel Martín Portales

1 comentario:

Unknown dijo...

Apreciado Luis Angel Barquín,

En primer lugar, felicitarte por tu blog, que me parece delicioso. La selección de poetas y de poemas es realmente exquisita.

Pero, además, te escribo para hacerte una consulta: ¿a qué libro pertenecen estos poemas de Taneda Santôka?¿Dónde lo puedo conseguir?

Realmente me gustaría leer la obra de este magnífico poeta y te agradecería mucho que me pusieses sobre su pista escribiéndome al siguiente corrreo electrónico:
jordigolcorzo@yahoo.es

Dándote las gracias por adelantado, se despide cordialmente,

Jordi Gol